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lunes, 29 de abril de 2013

El origen de los políticos

Cuando la especie humana hubo acabado de salir de las manos de Dios, vivió durante unos cuantos años contenta y satisfecha. Dios también estaba contento. Decididamente -pensaba-, he hecho una gran obra. Mis criaturas son felices; les he dado la belleza, el amor y la audacia y, por encima de todo, como don supremo, he puesto en sus cerebros la inteligencia."
Estas criaturas, sin embargo, gozaron breve tiempo de la dicha. Poco a poco se fueron tornando tristes. La tierra se convirtió en un lugar de amargura. Unos se desesperaban, otros se volvían locos, otros llegaban hasta quitarse la vida. Y todos convenían en que el origen de sus males era la inteligencia, que por medio de la observación y el autoanálisis les mostraba su insignificancia en el Universo y les hacía sentir la inutilidad de la existencia en esta ciega y perturbable corriente de las cosas.
Entonces, estas desdichadas criaturas se presentaron a Dios para pedirle que les quitase la inteligencia.
Dios, como es natural, se quedó estupefacto ante tal embajada, y estubo a punto de hacer un escarmiento severísimo; pero como es tan misericordioso, acabó por rendirse a las súplicas de los hombres.
-Yo hijos míos- les dijo-, no quiero que padezcáis sinsabores por mi causa; pero, por otra parte, no quiero quitaros tampoco la inteligencia, por que sé que no tardaéis en pedírmelo otra vez. Además, entre vosotros no todos opinan de la misma manera; hay algunos a quienes le parece bien la inteligencia; hay otros a quienes no le ha alcanzado ni una chispita en el reparto y quisieran tenerla. En fin, es tal la confusión, que para evitar injusticias, vamos hacer las  cosas de modo que todos os quedéis contentos. Hasta ahora la inteligencia la llevabais forzosamente en la cabeza, sin poder separaos de ella. Pues bien: de aquí en adelante, el que quiera podrá dejarla guardada en casa para volverla a sacar cuando le plazca.
Dicho esto, el buen Dios sonrió en su bella barba y despidió a sus hijos, que partieron contentos.
Cuando volvieron a sus casas se apresuraron a guardar cuidadosamente la inteligencia en los armarios y en los cajones. Sin embargo, había algunos hombres soberbios y ridículos, que querían saberlo todo.
Había otros que la sacaban de cuando en cuando, por capricho o para que no se enmoheciese.
Y había, finalmente, otros que no la sacaban nunca. Estos pobres hombres no la sacaban porque jamás la tuvieron; pero ellos se aprovecharon de la ordenanza divina para fingir que la tenían.Así, cuando les preguntaban en la calle, respondían, ingenuos y sonrientes: "!Ah! La tengo muy bien guardada en casa."
Esta sencillez y esta modestia encantaron a las gentes.
Y las gentes llamaron a estos hombres los políticos, que es lo mismo que hombres urbanos y corteses. Y poco a poco estos hombres fueron ganando la simpatía y la confianza de todos, y en sus manos se confiaron los más arduos negocios humanos; es decir, la dirección y gobierno de las naciones.
Así transcurrieron muchos siglos. Y como al fin todo se descubre, las gentes cayeron en la cuenta de que estos buenos hombres no llevaban la inteligencia en la cabeza ni la tenían guardada en casa.
Y entonces pidieron que se restableciese el uso antiguo.
Pero ya era tarde; la tradición estaba creada; el perjuicio se habia consolidado.
Y los políticos llenaban los parlamentos y los ministerios. 


Antonio Azorín, de su libro, Azorín

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